Las seis de la tarde del pasado viernes. Guildford, una localidad inglesa, espera en la calle ilusionada ver pasar la Llama Olímpica, símbolo inequívoco de los Juegos que se celebran en Londres, y que por consiguiente, despiertan el interés, el patriotismo o la mera curiosidad por ver algo que rara vez se repite en un breve periodo de tiempo.
Omar, un empleado de Media Molecule, bajó del edificio de la mencionada compañía unos minutos antes de que el atleta de turno llegase con la preciada y ardiente pertenencia, y, banana en mano, comenzó a correr mostrando orgulloso la Banana Olímpica. El público, tras unos segundos de sorpresa, comenzó a vitorear al aclamado desarrollador y a su dorado tesoro.
Por suerte, este hito irrepetible de un mundo de fusión entre los videojuegos, los Juegos Olímpicos y las bananas, fue registrado tanto en vídeo como en imágenes, que se conservarán por los siglos de los siglos, trasmitidas de padres a hijos, y de abuelos a nietos. O no.
